Escribo con la sangre caliente. Me sale mejor. Me abro la
femoral o la yugular, dependiendo del día, sólo unos pocos segundos me bastan. Después
la vuelvo a cerrar inmediatamente. Tampoco es cuestión de dejarse la vida.
Una buena aorta cerciorada, palabras a borbotones. Sangre
caliente a chorro, y las ideas fluyen sin ni tan siquiera desmayarme.
Con la sangre fría aprovecho para dormir, mi gran placer de
toda la vida.
Cada vez lo veo más claro. Prefiero vivir anestesiado.
Me pides que escriba más. Y te hago caso. En realidad te lo
agradezco, es la mejor sugerencia que me has dado.
Yo te pido otro beso, quizás voy demasiado rápido. Nunca
estoy contento. Pido demasiado. Siempre frustrado.
Rápido. Siempre he ido demasiado rápido. Vivo demasiado
rápido. Pienso demasiado rápido. Digo demasiado rápido. Me arrepiento demasiado
rápido. Muero demasiado rápido.
No soy yo. Siempre son los demás. Es la sociedad que me hace
daño.
Quizás nací en el siglo equivocado.
Por eso duermo tanto. Porque mi cerebro trabaja a más
revoluciones de lo recomendado.
Necesito descanso.
Necesito a alguien que me de un poco de luz, y no negros o
blancos.
La escala pantone es lo suficientemente generosa como para
ignorar el resto del retrato.
Necesito un poco de color y primavera, y yo te daré el resto
del verano. Y si tú quieres el resto del año.
Quiero que me toques. Quiero que me acaricies. Que
reacciones cuando te halago, porque cada cosa que te digo, la siento con el
corazón, el cerebro, la entrepierna y el bazo. Quiero reírme y llorar contigo.
Quiero hacerte el amor hasta cansarnos, sentir tu respiración acelerada muy
cerca y lamer tu sudor salado. Quiero besarte y no sentir que estoy con una
muñeca de plástico o cualquier objeto inanimado. Quiero estar tirado en la cama
contigo escuchando música y hablando de lo divino y lo humano. Quiero un abrazo
cálido. Quiero un pequeño piropo, aunque sea mentira, yo me lo creo, me lo
trago encantado. En realidad, te salgo muy barato. Estoy de saldo.
Pero aún así, tengo la sensación de que te pido demasiado.
No necesito a alguien que se autodenomine rancio. Porque
según el diccionario se dice del vino o comestibles que se echan a perder o
personas demasiado apegadas a ellas mismas. Y yo ya tengo la despensa llena de
musgo, pesebres y cadáveres. Y por las personas demasiado centradas en sí
mismas, sólo ellas pueden quererse, nunca serán capaces de amar a alguien o ni
siquiera algo. Por lo que teniendo un espejo, ya van más que sobrados.
Yo no quiero un espejo. No quiero tener más sensación de
espacio.
Lo que tengo es mucho amor que dar, no quiero estar dando
pelotazos contra una pared, cual pelotari en el frontón o economista
estresadísimo en interminables partidas de squash en el gimnasio.
Yo quiero que mis flechas vayan a alguna parte. Quiero
provocarte algo. Quiero producirte algún sentimiento, a poder ser agradable, y
si puede ser, que pueda ver en ti su efecto e imagen.
Quiero emborracharme y perder la cabeza contigo. Necesito
vino del de antes y sin edulcorante, para soportar mejor los malos ratos.
Tú prefieres el vino añejo, casi avinagrado. A ti te van más los tragos amargos, raspas de pescado y
lengua de gato.
Necesito a alguien que le guste que le traten bien y que
quiera ser amado, no que odie al mundo y le discutan a diario.
Tú no quieres a alguien que te diga cosas bellas. Cada una
de ellas te resbala como el jabón de la pica entre las manos. No te produce
ningún efecto. Y si lo hace, nunca no permitirías que alguien lo notara, eso
seria ultraje. Tú prefieres piedras, cristales rotos y látigo.
Yo quiero que de vez en cuando se te ponga la piel de
gallina, que te salga el corazón por la boca de la emoción, que te tiemblen las
piernas, que te suden las manos, que dejes algo de espacio a lo inesperado, que
no lo tengas todo controlado.
Tú no quieres estar de acuerdo, sino la permanente e inmutable
tensión de la discordia como filosofía de vida y ocaso. Ante la mejor sonrisa
de un extraño, prefieres poner tu mejor cara de asco. Desconfías por defecto,
por si acaso.
Tú no quieres a alguien con quien compartir, sino un apuesto
y duro contrincante de tu agrado siempre a punto para pelear. Tú lo que buscas
es un fuerte y resistente adversario, que devuelva los golpes a tu altura, sin
pedir nada a cambio. Tienes tanto miedo a que te hagan daño que necesitas tenerlo
todo siempre controlado. No sé leer tus señales. Lo he intentado. De veras. Me
declaro absoluto profano.
Yo quiero que nos dejemos llevar por el libre albedrío, que
la imaginación me sacuda, se aproveche de mí, me viole y me utilice para crear
música y regalártela. Quiero improvisar contigo todos los días del calendario,
que surja todo sin pensarlo y no tener la sensación de que estoy forzando.
Quiero ser dueño exclusivo de mis actos y deseos contigo, sin tener la sensación
de que tú antes ya los has planeado y consentido. Que me estás dejando, guiando
por un camino que ya has trazado y diseñado. Exclusivo para mí. Gracias. Pero
prefiero equivocarme con mis propios pasos.
Tú eres el chico, yo la chica. Tenemos los sexos cambiados.
Eres mi soldado. Eres mi machote.
Yo te mando flores y cartas, tú las amontonas en el sótano
tal y como han llegado.
Yo te digo lo mucho que me gustas y tú me ofreces tu
indiferencia de macho. Preferiría que me dieras un puñetazo, al menos me transmitirías
algo.
Yo te ruego un beso y tú me lo prestas hipotecado.
Yo sufro por los dos y tú te ríes de mis peinados.
Estás hecha para resistir todo lo que sea necesario. Con o
sin mi, sola o con un mercenario, eso ya es secundario. Eres un animal silvestre
que nunca se ha adaptado a estar en otro hábitat que no sea la jungla del
asilvestrado. Caprichosa y desconocedora del no por respuesta o el rechazo. No
conoces nada más que no sea tu voluntad ni te adaptarás a nada que no sea tu
objeto de deseo. La gente te molesta. Te horroriza si alguien se te acerca
demasiado. Estás en guardia permanente, por si alguien quiere hacerte daño.
Porque todo el mundo es malo. No hay cuartel, sin descanso.
Desde que naciste estás en un hábitat extraño. Ésta no es tu
selva. Hay demasiados humanos.
Tienes tus objetivos claros. Lo tienes todo pensado.
Todo controlado.
Así me siento más tranquilo.
Quizás nací en el siglo equivocado.
Me vuelvo a la cama a dormir unos cuantos años.